Con motivo de la preparación de esta edición de movilidad eléctrica, la investigación periodística y los aportes editoriales nos han permitido descubrir un sinnúmero de temas y de aspectos supremamente interesantes que giran en torno a esta actividad. También, nos han brindado argumentos para llegar a conclusiones categóricas que exponemos en este espacio de opinión.
La movilidad eléctrica es mucho más que un vehículo que opera con un motor eléctrico; entorno a este desarrollo, surgen también una serie de actividades y oportunidades industriales, empresariales, tecnológicas, de transporte, viales, ambientales, deportivas, de salud, de calidad de vida, en fin, todo un universo al que apenas estamos despertando, que, sin la menor duda, en muy pocos años, será el que predomine en diferentes lugares del mundo.
De tal magnitud ha sido su impacto y progreso, que en muy poco tiempo ha pasado “del anonimato al estrellato” y para comprobarlo, lo mejor es echarle un vistazo a la “FÓRMULA E”: la competencia de automovilismo creada apenas en 2014 y que con tan solo cinco temporadas ya se ha posicionado como la segunda más importante del mundo, superada (tal vez por poco tiempo) apenas por su hermana mayor “LA FÓRMULA 1”. Eso habla muy bien de la “movilidad eléctrica”, pues sin temor, las marcas de vehículos de mayor prestigio en el mundo, le han apostado decididamente, le han invertido tiempo, presupuesto, investigación, en fin, todo lo necesario, para perfilarla como la mejor alternativa de movilidad del Planeta.
En lo que respecta a nuestro país, la movilidad eléctrica y los sistemas de transporte sostenible son conceptos relativamente nuevos, que empezaron a mencionarse hace apenas unos ocho años. Si nos comparamos con nuestros vecinos del continente, son evidentes las ventajas que nos llevan países como Chile, Argentina o Perú, que cuentan con soluciones de transporte como el metro, con flotillas importantes de buses y taxis eléctricos, además de estaciones de recarga, públicas y privadas en buena parte de su geografía. Pero al margen de eso, lo que Colombia ha logrado en menos de una década, es de resaltar, pues, aunque apenas estamos en una primera fase, ya hemos logrado cosas importantes; ya hay algunos desarrollos representativos; ya tenemos “algo que contar y algo que mostrar”.
Hoy, carecemos de una mega solución como el metro para Bogotá, que será, sin duda, uno de los temas obligados en la agenda de los próximos aspirantes a la alcaldía de la capital. Pero mientras eso se cristaliza, vale la pena fijarse en los proyectos que ya son una realidad, como la implementación de algunas flotillas de taxis eléctricos en ciudades como Medellín, Cali y la propia Bogotá. Igualmente, la puesta en marcha de buses de transporte sostenible, de tipo público y privado, en algunas capitales del país. También, la instalación, a pequeña escala, de algunas estaciones de recarga públicas y privadas.
De otra parte, es muy importante destacar que en los últimos 3 años han ganado adeptos los vehículos particulares de alta gama, tanto eléctricos, como híbridos, e híbridos enchufables. De hecho, en vehículos eléctricos puros, Colombia ya ostenta un liderazgo, pues en latinoamericana se vendieron, en 2018, 947 vehículos, de los cuales Colombia aportó 390, ocupando el primer lugar en la región. Y es imposible dejar de mencionar el vertiginoso desarrollo y acogida que han tenido tanto las bicicletas eléctricas como los scooter, soluciones de transporte sostenible, de uso compartido, que se han venido posicionando fácilmente entre la ciudadanía, las universidades, las empresas, etc., porque se trata de sistemas versátiles, modernos, prácticos, amigables con el ambiente, fáciles de adquirir, que ahorran tiempo, dinero y hasta mejoran la calidad de vida de las personas.
Con base en nuestra investigación, podemos afirmar que Colombia ya ha dado los primeros pasos en firme para el desarrollo de la movilidad sostenible, en poco tiempo. En materia de reglamentación, también se han logrado avances importantes, pues prácticamente ya se cuenta con un marco regulatorio y normativo consolidado en un buen porcentaje.
Sin embargo, es innegable que falta toda una política pública, que trascienda “el papel” y se aterrice a la “realidad”, para que la movilidad sostenible, pueda desarrollarse con la madurez y la entereza que exigen hoy los retos ambientales del cambio climático. También, para brindar soluciones eficaces a las grandes deficiencias de transporte que aquejan al país, especialmente en ciudades como Bogotá y Medellín, amenazadas cada vez más por las emisiones de CO2, provenientes de las fuentes móviles y las industrias.
Hoy, la movilidad sostenible, y todos los temas que se generan en torno a ella, ya gozan de mayor prestigio y acogida. Han dejado de ser “una cenicienta” a la que se miraba con recelo y desinterés. Por el contrario, se están convirtiendo en los roles protagónicos y en los temas “fuertes” que se ventilan en el Congreso de la República, los concejos departamentales, municipales, y los discursos de campaña electoral. Lo importante, como ya se mencionó, es “trascender” del papel a la realidad, del “verbo” a la “práctica”. Que el prestigio que se gana al hablar de “movilidad sostenible” no se quede en una euforia temporal para conseguir votos y se enfríe cuando sea la hora de ejecutar los programas de gobierno.
Colombia está llamada a apostarle en serio a política de movilidad sostenible articulada, con el compromiso serio, tanto del gobierno, como de las instituciones, las empresas, y la ciudadanía. Ya no hay vuelta atrás. Sin duda, ese es el camino para encontrar soluciones a los retos del cambio climático y a las dificultades de transporte que nos están agobiando, cada vez con mayor inclemencia.